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Descubrí Ciudad Vieja

Plaza de la Constitución

La mirada de Mario

Plaza de la Constitución

Descubrí el lugar

Plaza de la Constitución: Ubicada en las calles Sarandí, Ituzaingó, Rincón y Juan Carlos Gómez. También conocida como Plaza Matriz, fue la Plaza Mayor de Montevideo en la época de la colonia, tiempo durante el cual era el único espacio público abierto concebido como tal. Durante esos años y en las primeras décadas de la independencia, esta plaza fue el corazón de la vida ciudadana. La plaza era una planicie polvorienta que recién comenzó a tomar su fisonomía a fines del siglo XVIII, cuando nacieron el Cabildo a un lado y la Iglesia Matriz al otro. Promediando el siglo XIX se plantó el arbolado en sendas diagonales, pavimentadas y equipadas con bancos y faroles, y se construyó la fuente como su centro explícito. Observar la fuente e interpretar la gran cantidad de símbolos alquímicos que ofrece hace que, sólo por eso, la visita ya valga la pena.

Fuente de la Plaza Constitución: Obra del escultor italiano Juan Ferrari, la fuente consta de un estanque circular en cuyo centro se levanta una columna profusamente ornamentada que se abre en tres platos de tamaño decreciente de abajo hacia arriba. Sobre el borde del estanque, cuatro faunos y cuatro querubines, entrelazados sus cuerpos con los de sendos delfines. En la parte baja de la columna, cuatro águilas alternadas con diversos elementos simbólicos: el Escudo Nacional; escuadra, martillo y compás, colmena, rastrillo, horquilla, guadaña y huso, etc. También, en una de las caras de la columna se puede ver un caduceo con dos serpientes entrelazadas y el gorro alado de Mercurio al tope. El segundo plato está sostenido por tres niños desnudos y el superior por tres delfines. Sobre el superior, coronando la fuente, un niño bebiendo de un cuenco. En el costado del estanque figuran siete leyendas en letras de mármol en relieve y una placa de granito gris con textos alusivos a hechos históricos.

Iglesia Matriz: Está frente a la Plaza Matriz, sobre la calle Ituzaingó, y es la Catedral Metropolitana de Montevideo. En 1790 se colocó la piedra fundamental de este templo católico, que recién fue consagrado en 1804, cuando el país todavía no era independiente. El edificio se enmarca dentro del estilo neoclásico-colonial, y fue sufriendo progresivas modificaciones, hasta que en el año 1860 el arquitecto Bernardo Poncini acabó dándole una fisonomía más o menos definitiva. En 1941 sufrió un grave percance: se desprendió una voluta de uno de sus capiteles, en razón de lo cual debió comenzarse una obra que, de ser una sencilla refacción, acabó siendo prácticamente una re-edificación. En casi 20 años de trabajo, se afirmó la fachada, se reconstruyeron la bóveda y la cúpula, y se redecoraron el retablo, el altar mayor y la Capilla del Santísimo Sacramento. El templo custodia obras de arte de gran valor: José Luis Zorrilla de San Martín, José Belloni, Juan Manuel Blanes, Ramón Cuadra, Fernando Izquierdo son algunos de los artistas cuya obra la enriquecen. Hay también bellísimas piezas de imaginería sagrada, destacadas obras en madera y buenas piezas de fundición y orfebrería.

Cabildo de Montevideo: El edificio que ocuparon el Cabildo y las Reales Cárceles se sitúa frente a la que fue plaza Mayor de la ciudad, sobre la calle Juan Carlos Gómez, y fue construido entre 1804 y 1869, con interrupciones durante las guerras de la Independencia. La construcción del único palacio colonial de Montevideo, adusta y con ajustadas proporciones, parte de un proyecto original del arquitecto Tomás Toribio y responde al estilo neoclásico colonial. El edificio, que albergó en un principio funciones capitulares y dependencias carcelarias, se constituyó en el emblema de la ciudad. Construido en piedra y ladrillos, en él se desarrollaron algunos de los episodios más notables de la historia uruguaya. Desaparecida la institución del Cabildo, al iniciarse la era republicana, funcionaron allí las Cámaras Legislativas. Posteriormente fue ocupado por el Consejo Nacional de Administración y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Desde 1958 funciona como Museo Histórico Municipal.

Descubrí la Obra

La tregua

La hoja del diario de Martín Santomé del 27 de agosto es mucho más que la simple hoja de un diario personal: primero -y como algunos otros días de ese diario-, es una unidad independiente del resto, un cuento con sentido y vida propios dentro de la novela. Es también un descanso en la intensa vida de Martín -que precisamente por esos días de agosto estaba de licencia-, donde ni recuerda ni nombra a nadie más de la historia: no aparece allí Laura Avellaneda, ni el recuerdo de su esposa, ni sus hijos, ni tampoco sus amigos. Sí, en cambio, aparece el gran escenario de la obra -y de la vida de Mario-, representado por la Plaza Matriz: Montevideo. Y se produce entonces una revelación, una mezcla de profesión de fe y declaración de pertenencia de Santomé a su ciudad. «Frío y sol. Sol de invierno, que es el más afectuoso, el más benévolo. Fui hasta la Plaza Matriz y me senté en un banco, después de abrir un diario sobre la caca de las palomas. [...] Creo que nunca, hasta ahora, había sido consciente de la presencia de la Plaza Matriz. Debo haberla cruzado mil veces, quizá maldije en otras tantas ocasiones el desvío que hay que hacer para rodear la fuente. La he visto antes, claro que la he visto, pero no me había detenido a observarla, a sentirla, a extraer su carácter y reconocerlo. Estuve un buen rato contemplando el alma agresivamente sólida del Cabildo, el rostro hipócritamente lavado de la Catedral, el desalentado cabeceo de los árboles. Creo que en ese momento se me afirmó definitivamente una convicción: soy de este sitio, de esta ciudad. [...] Cada uno ES de un solo sitio en la tierra y allí debe pagar su cuota. Yo soy de aquí. Aquí pago mi cuota. Ese que pasa (el de sobretodo largo, la oreja salida, la ronquera rabiosa), ése es mi semejante. Todavía ignora que yo existo, pero un día me verá de frente, de perfil o de espaldas, y tendrá la sensación de que entre nosotros hay algo secreto, un recóndito lazo que nos une, que nos da fuerzas para entendernos. O quizá no llegue nunca ese día, quizá él no se fije nunca en esta plaza, en este aire que nos hace prójimos, que nos empareja, que nos comunica. Pero no importa; de todos modos, es mi semejante.»»

La tregua fue publicada en 1960, lleva a esta altura más de doscientas ediciones y fue traducida a diecinueve idiomas. Junto con Poemas de la oficina y Montevideanos, significó un punto de inflexión en la carrera de Mario, proyectándolo a nivel internacional y marcando su consagración como escritor.

Ciudad en que no existo

«Ciudad en que no existo» sería, parafraseando a Jorge Luis Borges, el poema que asegura la presencia emotiva de Mario en Montevideo, pues no está físicamente en ella. Sin decir su nombre en ningún verso, la reconoce, la describe y la recuerda a través de las imágenes de su gente, de sus calles y terrazas, de sus rejas y zaguanes, del mar-río que la baña. La recuerda en los amigos y compañeros asesinados que vivieron en ella y ya no están. Y la recuerda en algún barrio que vivió, y en la Plaza Matriz, refugio de los grises días oficina.

«para cada uno la ciudad comienza en un sitio cualquiera pero siempre distinto mas aún hubo días en que la ciudad para mí empezaba en la plaza matriz y otros en velsen y santiago de anca»

En sus diálogos con Osvaldo Ferrari, Jorge Luis Borges dice que acaso la distancia puede actuar como inspiradora, y que tal vez «el único modo de estar emotivamente en un lugar es no estar físicamente, ¿no?» Algo de esto parece ser lo que ocurre con Mario y Montevideo en el exilio, período durante el cual fue escrito La casa y el ladrillo. Un libro donde aflora la nostalgia por la ciudad toda, por sus calles y zaguanes, por el río omnipresente, por los amigos que están presos o muertos. La ciudad que le fue quitada, y que en esos días duerme bajo el cielo de una dictadura que la hace todavía más dolorosamente lejana. El cuerpo de Mario no está en Montevideo; su corazón sí. En La casa y el ladrillo, publicado en México en 1977, empiezan a aparecer los primeros versos de Mario marcados por el tema del exilio, que junto al desexilio son circunstancias que envolverán gran parte de sus textos de aquí en adelante. Este poemario es, para muchos, el más importante acerca del exilio.

Descubrí a

Mario

1950-1960

Cuando Mario se fue de la Contaduría General de la Nación en 1945, entró en La Ex-Industrial Francisco Piria, empresa dedicada a la inmobiliaria y a la comercialización de artículos de múltiples rubros. Allí fue auxiliar contable, jefe y gerente, cargo con el que se retiró en 1960. La empresa estaba ubicada en Sarandí al 500, por lo que su familiaridad con la Ciudad Vieja tiene explicación. Durante esos quince años en que trabajó en la Ex-Industrial, Mario vivía en Malvín: las dos horas de descanso no le permitían ir a casa y volver. Esto promovía que -tal como lo confiesa en algunas entrevistas-, se quedara por la Ciudad Vieja, muchas veces metiéndose en un bar a comer algo y a escribir, pero otras, sentado en alguna de las bellas plazas del barrio. Como contó su amiga Sylvia Lago,

Mario «sentía especial predilección por las plazas de la capital, como la Zabala o del Entrevero, en la que le gustaba sentarse a contemplar “el movimiento de las personas”».

La Plaza Matriz le quedaba a escasas dos cuadras de la oficina, por lo que no resulta demasiado arriesgado deducir que Marió pasó allí sus buenos ratos: solía sentarse en esa plaza, observar detenidamente la gente, los árboles que «cabeceaban» -para él, a veces eran también gente-, y a los dos bastiones ciudadanos erigidos a los flancos de la plaza: el Cabildo y la Catedral. Mario pasó por esa experiencia y se la hizo vivir a Martín Santomé, en La tregua, como muchas otras sensaciones y emociones que gobernaron su ser en esos años, plasmados en esa misma novela y también en otros textos.

1977

La Plaza Matriz entrañaba algo muy especial para Mario. Allí experimentó ese sentimiento tan profundo de pertenecer a la ciudad, pero también, en muchos de los días del tedioso trajín oficinista, el tiempo parecía detenerse hasta que él llegaba a la plaza; recién allí parecía comenzar su día, su ciudad, su vida. Sólo una vivencia que sea intensa y fuerte permanece en la memoria a través de los años. Ya en el exilio, y casi dos décadas después de ser un asiduo de la plaza, Mario recordaba:

«para cada uno la ciudad comienza en un sitio cualquiera pero siempre distinto mas aún hubo días en que la ciudad para mí empezaba en la plaza matriz...»

Fragmento de Ciudad en que no existo, en La casa y el ladrillo

Industrial Francisco Piria
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Teatro Solís