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Colegio Alemán

La mirada de Mario

Colegio Alemán

Descubrí el lugar

Fundado el 3 de septiembre de 1857, es el colegio alemán en el extranjero más antiguo de Sudamérica y el segundo más antiguo del mundo. En 2007 festejó su sesquicentenario; el Correo uruguayo emitió un sello en homenaje. Inicialmente la sede estuvo en la Ciudad Vieja, primero en la calle Pérez Castellano 108, luego en Washington 82, y en 1862 se traslada a Sarandí 131. En 1895 se muda al Centro, en la calle San José esquina Río Branco. El 26 de enero de 1913 se inaugura el edificio de la calle Soriano 1658 esquina Minas, donde funcionaría hasta el año 1951, cuando se muda al edificio de la calle Soca. Actualmente asisten unos 1600 alumnos que se reparten entre las sedes de Pocitos y Carrasco. El antiguo edificio de la calle Soriano 1658 hoy es la sede de los Institutos Normales de Montevideo, donde se forman maestros.

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Descubrí la Obra

Viento del Exilio

Poema «Tranvía del 29», del libro Viento del Exilio

Con la primer poesía de Viento del exilio («Abrigo»), Mario nos trasladaba a los años de su infancia en Colón. Siguiendo el invisible hilo de su memoria, con el segundo poema «Tranvía de 1929» nos sube a aquel antiguo coche, nos sienta junto a aquel niño de nueve años, y en trece versos ya estamos en el Colegio Alemán.

«Allá en mis nueve años circulaban dos tipos de tranvías los amarillos de la transatlántica los rojos de la comercial pero aparte de que fueran alemanes o ingleses había una tremenda diferencia en la comercial viajaba yo en la transatlántica unos desconocidos el treinta y seis iba a punta carretas y a las seis y cuarto de la mañana frágil cuando se levantaba como niebla el rocío yo lo tomaba a diario para asistir al deutsche schule de la calle soriano» 1

Viento del exilio retrata en cada uno de sus poemas las distintas formas de la distancia. El ejercicio poético de Mario rescata también en estas páginas la esperanza del exilio: el fin de la partida y el regreso, que es el desexilio. Se publicó por primera vez en México y Medellín, en 1981, dos años más tarde en España, al año siguiente en Argentina y en 1985 en Venezuela. Recién en 1988 fue publicado en Uruguay.

1- Tranvía de 1929, en Viento del exilio, pág. 84

Descubrí a

Mario

19294


«Mi niñez tiene el nombre de mi escuela: Colegio Alemán (Deutsche Schule).» 1Cuando todavía vivía en Colón, Mario comenzó el colegio. Para llegar tenía que tomar un autobús y luego un tranvía. Más tarde, ya viviendo en Punta Carretas, este viaje agotador se transforma en un paseo corto y más ameno, a veces inspirador. No obstante ser un colegio de ambiente rígido y severo, Mario guarda un buen recuerdo de esa etapa:

«Aprendí alemán, por supuesto. Mis primeros poemas, por cierto abundantes, los escribí en el Colegio Alemán y en alemán, lo que les garantizó un total anonimato. Si me gustaría el colegio, a pesar de todo, que en casa no decía palabra de los castigos por temor a que quisieran cambiarme. Cuando un profesor anunció (debe haber sido por 1933) que desde el día siguiente era obligatorio saludar con el brazo en alto de los nazis, me dejaron terminar el año para que no lo perdiera, pero enseguida me sacaron. ¿Y sabes una cosa? Lo lamenté. Me había encariñado no precisamente con el Colegio Alemán -donde la letra con sangre entraba-, sino con los compañeros y con la vida de la escuela, eso que todos los niños temen y disfrutan a la vez; y la alianza de los alumnos contra la autoridad, o mejor dicho contra el autoritarismo.» 2

La cuestión de la censura literaria y la persecución cultural por parte de la dictadura uruguaya es todo un caso de estudio. No hubo listas negras ni quema de libros oficial, pero tener un libro de algún autor considerado «de tendencia izquierdista», podía significar varios años de prisión, torturas y hasta perder la vida misma. Al no existir listas negras, la forma de saber qué podía resultar comprometedor, fue ir enterándose de los autores y obras que eran requisados en librerías, editoriales y casas particulares. Esto impulsó la autocensura: los propios dueños de los libros se deshacían de ellos. Pero la ignorancia propia de los militares y la arbitrariedad con la que obraban generaron situaciones que, lejos de perder su gravedad, causaban gracia. Los libros que estaban permitidos en las cárceles de la dictadura llevaban el sello de «censurado», y así tras los barrotes podían leerse libros que los ciudadanos libres quemaban o escondían para no ir presos. 2

1- Hugo Alfaro: Mario Benedetti: detrás de un vidrio claro, pág. 12. Trilce, 1986
2- Ibíd., pags. 12-17
Los Barrios
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Fundación Mario Benedetti