Mario ya había sido investido como Doctor Honoris Causa por las universidades de Alicante, Valladolid y La Habana. En 2004 llegó un momento muy esperado y sentido para él: la Universidad de la República, bastión de las luchas estudiantiles durante la dictadura, una universidad laica y gratuita generadora de gran parte de la vida intelectual del país, donde él había sido docente hasta el golpe de estado, reconocía su obra y lo nombraba doctor Honoris Causa. El Paraninfo quedó chico y el público asistente se extendió hasta Dieciocho. Frente a esa muchedumbre, un emocionado Mario agradeció:
La cuestión de la censura literaria y la persecución cultural por parte de la dictadura uruguaya es todo un caso de estudio. No hubo listas negras ni quema de libros oficial, pero tener un libro de algún autor considerado «de tendencia izquierdista», podía significar varios años de prisión, torturas y hasta perder la vida misma. Al no existir listas negras, la forma de saber qué podía resultar comprometedor, fue ir enterándose de los autores y obras que eran requisados en librerías, editoriales y casas particulares. Esto impulsó la autocensura: los propios dueños de los libros se deshacían de ellos. Pero la ignorancia propia de los militares y la arbitrariedad con la que obraban generaron situaciones que, lejos de perder su gravedad, causaban gracia. Los libros que estaban permitidos en las cárceles de la dictadura llevaban el sello de «censurado», y así tras los barrotes podían leerse libros que los ciudadanos libres quemaban o escondían para no ir presos. 2
Hortensia Campanella: Mario Benedetti. Un mito discretísimo, pág. 298