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Universidad

La mirada de Mario

Universidad de la República

Descubrí el lugar

Av. 18 de Julio 1824, esquina Eduardo Acevedo.

Inaugurado en 1911, el edificio de la Universidad de la República, donde funcionan las oficinas centrales, el Rectorado y la Facultad de Derecho, constituye un símbolo de la comunidad universitaria y de la cultura. Es una construcción perimetral con una amplia galería interior continua, que es interceptada en su eje principal por los locales donde se desarrollan las funciones de mayor jerarquía. De este modo se generan dos amplios patios rectangulares, abiertos, rodeados por claustros de arcadas dóricas y jónicas, lo que le confiere un aspecto severo y permite que todos los locales resulten abiertos a la calle o a los patios por la galería. Entre este edificio y el de la Biblioteca Nacional, presidiendo el pasaje Emilio Frugoni, hay una escultura en bronce de Dante Alighieri. Es Monumento Histórico Nacional y Bien de Interés departamental.

Descubrí a

Mario

2004


Mario ya había sido investido como Doctor Honoris Causa por las universidades de Alicante, Valladolid y La Habana. En 2004 llegó un momento muy esperado y sentido para él: la Universidad de la República, bastión de las luchas estudiantiles durante la dictadura, una universidad laica y gratuita generadora de gran parte de la vida intelectual del país, donde él había sido docente hasta el golpe de estado, reconocía su obra y lo nombraba doctor Honoris Causa. El Paraninfo quedó chico y el público asistente se extendió hasta Dieciocho. Frente a esa muchedumbre, un emocionado Mario agradeció:

«Esta universidad es la mía… este honor que me otorgan viene de esta universidad que es como el corazón de mi país. Ahora ella pasa a ser el huésped de mi corazón.» 1

La cuestión de la censura literaria y la persecución cultural por parte de la dictadura uruguaya es todo un caso de estudio. No hubo listas negras ni quema de libros oficial, pero tener un libro de algún autor considerado «de tendencia izquierdista», podía significar varios años de prisión, torturas y hasta perder la vida misma. Al no existir listas negras, la forma de saber qué podía resultar comprometedor, fue ir enterándose de los autores y obras que eran requisados en librerías, editoriales y casas particulares. Esto impulsó la autocensura: los propios dueños de los libros se deshacían de ellos. Pero la ignorancia propia de los militares y la arbitrariedad con la que obraban generaron situaciones que, lejos de perder su gravedad, causaban gracia. Los libros que estaban permitidos en las cárceles de la dictadura llevaban el sello de «censurado», y así tras los barrotes podían leerse libros que los ciudadanos libres quemaban o escondían para no ir presos. 2

Hortensia Campanella: Mario Benedetti. Un mito discretísimo, pág. 298
Templo Iglesia Metodista
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Biblioteca Nacional